Alejandro Armenta, gobierna por amor a Puebla

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En el corazón mismo de Puebla, donde los rayos del sol matutino se filtran generosos por los amplios ventanales de la oficina gubernamental, se encuentra un hombre que rompe moldes. Alejandro Armenta, primer gobernador de Puebla con formación en Administración Pública, nos recibe con la sencillez de quien nunca olvidó sus raíces en el tianguis de Acatzingo, pero con la determinación férrea de quien cuenta cada uno de los 2191 días que durará su mandato.

El poder como virtud

“El poder solo se vuelve virtud cuando se pone al servicio de los demás”, repite Armenta con una convicción que trasciende la retórica política común. Esta frase, que él atribuye a la Cuarta Transformación y al expresidente Andrés Manuel López Obrador, se ha convertido en el eje rector de su administración. Pero hay algo más profundo en su forma de entender el ejercicio del poder: la influencia del estoicismo clásico que permea sus reflexiones diarias.
Cada mañana, antes de enfrentar las complejidades del gobierno estatal, Armenta dedica tiempo a leer frases estoicas, particularmente de Marco Aurelio. “No porque sea emperador”, aclara con una sonrisa, “más bien por la forma en que se expresa como filósofo”. Esta práctica no es mero ritual intelectual, es el ancla filosófica que lo mantiene conectado con una perspectiva más amplia del poder y la responsabilidad.

La herencia de Mamá Cholita
La oficina amplia e iluminada desde donde se domina la ciudad de Puebla contrasta con los orígenes humildes del gobernador. Huérfano de madre desde los 9 años, fue criado por su abuela, a quien cariñosamente llamaba Mamá Cholita. Los consejos de esta mujer extraordinaria resonaron con especial fuerza cuando Armenta se sentó por primera vez en la silla gubernamental.
“Frente a su altar, cuando iba yo a dedicarme a la política, a los 19 años, mi abuelita me dijo: ‘A ver, hijo, vas a dedicarte a la política; ya no te voy a ver, voy a darte la bendición. Voy a darte un consejo, solo uno. Estés donde estés, con quien estés, sé útil, sé comedido y sé agradecido’”, recuerda con emoción contenida que traiciona al riguroso administrador público. Esas palabras lo acompañaron desde sus primeros pasos en la política, cuando era el joven que compraba refrescos, traía hojas y cargaba máquinas de escribir. “Eso me abrió las puertas”, reflexiona. Hoy, en el día 175 de su mandato, esas palabras siguen guiando sus decisiones.

El gobernador de las faenas
Quizá lo más llamativo de Armenta es su insistencia en mantener un contacto físico, real y sudoroso con la realidad poblana. En 25 semanas de gobierno ha realizado 22 faenas comunitarias, una práctica que sus críticos podrían calificar de populista, pero que él entiende como parte esencial de su naturaleza política.
“Me dicen que soy gobernador jardinero, gobernador pintor, gobernador desbrozador. Quien lo dice cree que me ofende —comenta divertido—, cuando esa es mi naturaleza, es lo que hace la gente. Ser útil, comedido y agradecido”. Las faenas no son eventos mediáticos calculados. Son jornadas completas de trabajo comunitario, donde el gobernador se pone botas, mezclilla y suda la camiseta junto a quinientas, seiscientas o setecientas personas. “Pintamos una escuela en dos horas. Una escuela completa”, dice con orgullo. “Imagínate la fuerza social que representa que en una mañana pintes una escuela. Y estamos ahí hasta acabar la faena”.
Esta metodología de trabajo refleja una comprensión profunda de lo que significa gobernar desde la cercanía. “Un gobierno solo es inepto. Cuando el gobierno actúa solo, es inepto, es incapaz”, sentencia. Para él, la soledad del poder es un síntoma de incompetencia administrativa.

“La corrupción, la desviación, los procesos disociativos son enfermedades que en ocasiones son como el alcoholismo: no se da uno cuenta”

Alejandro Armenta

El administrador público que cuenta los días
Armenta lleva en la sangre los números y la planificación. Como administrador público de profesión, vive obsesionado con la medición y los resultados. “Cuento todos los días. Hoy estamos en el día 175”, dice con la precisión de quien entiende que el tiempo es el recurso más escaso en el ejercicio público. Esa obsesión numérica no es meramente técnica, tiene una dimensión ética profunda. “Cuento todos los días para recordar a los presidentes municipales, a los diputados, a mis colaboradores, que los cargos no son para siempre. Que tienen fecha de caducidad, que somos servidores públicos”.
La temporalidad del poder está siempre presente en su reflexión. En su oficina hay un enorme tablero electrónico de control que le permite monitorear el avance de sus objetivos. “Para mí sí son importantes los resultados. Das resultados, o no sirves”, afirma con la contundencia de quien entiende la administración pública como una ciencia exacta de servicio social.

La corrupción como enfermedad social
Uno de los aspectos más fascinantes de Armenta es su comprensión casi clínica de la corrupción como fenómeno social. “La corrupción, la desviación, los procesos disociativos son enfermedades que en ocasiones son como el alcoholismo: no se da uno cuenta”, explica con la seriedad de quien ha estudiado profundamente estos fenómenos.
Su análisis va más allá de la moralina política convencional. “Entre la honestidad y la corrupción hay una línea muy delgada que se justifica o se explica científicamente a través de una ley del materialismo dialéctico que se llama ‘la unidad y lucha de contrarios’”, desarrolla con la precisión del académico que fue profesor en la BUAP durante siete años. Esta perspectiva lo lleva a una autocrítica constante. “Me pongo ante el espejo y digo: ‘Tú no puedes fallar. No puedes fallar. No puedes corromperte’”. La vigilancia personal se convierte en una práctica diaria, casi estoica, de autoexamen moral.

Marco Aurelio en el Palacio de Gobierno
La presencia del emperador-filósofo en la rutina matutina de Armenta no es casualidad. Las Meditaciones de Marco Aurelio ofrecen una perspectiva del poder como servicio y responsabilidad que resuena profundamente con su experiencia personal. “Levantarse y decir: ‘A ver, vamos a acudir. Los problemas de ayer son oportunidades hoy, con toda la energía, con toda la fuerza, y a servir, a dar resultados’. Y entender que hoy puede ser el último día”.
Esta conciencia de la finitud temporal del poder político encuentra en el estoicismo una fuente de fortaleza moral. No se trata de resignación, sino de una comprensión profunda de la responsabilidad que implica el ejercicio de la autoridad.

El ambientalista de corazón
Otra faceta reveladora de Armenta es su compromiso ambiental, heredado de su padre, quien lo llevaba del Carmen al Cerro del Loreto y Guadalupe para enseñarle la importancia de los árboles. “Llevo 26 años plantando árboles, 26 años en Puebla. Desde hace cinco años lo hago con frutales. Y después de que haya sido gobernador, voy a seguir haciéndolo”.
Como senador, presentó la reforma al artículo cuarto constitucional para elevar a rango constitucional el derecho a la vida del planeta. “Soy perruno y gatuno”, confiesa con una sonrisa, revelando una sensibilidad que trasciende lo político para adentrarse en lo profundamente humano.

La mujer como escuela de vida
“Yo me formé con mujeres”, reconoce Armenta al hablar de las influencias fundamentales en su vida. Su abuela, madre soltera en una época cuando eso se consideraba pecado, le enseñó sobre resistencia y dignidad. Su esposa, sus dos hijas, sus maestras, le han mostrado virtudes que considera esenciales: orden, pasión, lealtad. “La mujer es ordenada, es apasionada, es leal. La mujer tiene muchas virtudes que los hombres debemos aprender si queremos sobrevivir en este mundo, cuando es tiempo de mujeres”, reflexiona. Esta comprensión se traduce en políticas concretas: las Casas Carmen Serdán, la descentralización del poder judicial con médicas legistas, y ministerios públicos mujeres para evitar la revictimización.

El soñador pragmático
“Yo soy un soñador. Siempre lo he sido”, confiesa Armenta. Presidente municipal a los 21 años, su trayectoria está marcada por la capacidad de imaginar futuros posibles y trabajar metódicamente para hacerlos realidad. Desde la creación de la Secretaría del Deporte hasta el impulso al mezcal poblano, que este año ganó 60 de 89 premios nacionales, su gestión combina visión estratégica con ejecución impecable.

El precio del liderazgo
“Me flagelo mucho. Soy muy severo, la verdad. Sufren quienes están junto a mí”, admite con honestidad brutal. “Pero estoy feliz. Yo soy feliz, son infelices ellos. Algunos se me enferman”. Esta confesión revela la tensión inherente entre la exigencia personal y la conducción de equipos de trabajo. Sin embargo, esta severidad tiene propósito. “Duermo feliz. Las cinco, seis o cuatro horas que a veces duermo, las duermo feliz”, dice. El amor a Puebla se convierte en la fuente de energía que alimenta días agotadores y noches cortas.

La lucha contra la corrupción heredada
Uno de los aspectos más complejos de su gestión es enfrentar la corrupción de administraciones anteriores. “La corrupción es como la hierba que nace en el campo. Podas, cortas, y vuelve a brotar”, reflexiona con la sabiduría de quien entiende que se trata de un fenómeno sistémico.
El Museo Barroco, el teleférico, el fraude bancario que generó una deuda de más de sesenta millones de pesos: cada caso representa no solo un problema financiero sino un desafío ético. “No hay persecución, es la aplicación de la ley. Estado de derecho”, insiste, “porque no voy a ser cómplice”.

Un legado en construcción
A 175 días de iniciado su mandato, Armenta muestra una forma diferente de hacer política en Puebla. Su enfoque combina rigor académico, sensibilidad social, compromiso personal y una comprensión filosófica del poder que lo distingue radicalmente de la clase política tradicional. “Queremos que Puebla esté de moda”, dice al final de la entrevista. “Queremos que Puebla esté en el corazón de México y del mundo”. No se trata de mercadotecnia política: es la expresión de un proyecto de transformación que tiene raíces profundas en la reflexión filosófica y la experiencia comunitaria.
En esa oficina iluminada desde donde se domina la ciudad de Puebla, un administrador público que lee a Marco Aurelio cada mañana está escribiendo, cada día, una nueva página en la historia del estado. Su éxito o fracaso dependerá de si logra mantener la coherencia entre sus principios estoicos, su formación académica y las demandas implacables de la realidad política mexicana.
Por ahora, en el día 175 de su mandato, Alejandro Armenta sigue contando los días, plantando árboles, haciendo faenas y recordando los consejos de Mamá Cholita. En un país donde la política suele estar divorciada de la reflexión profunda, su ejemplo sugiere que es posible gobernar con alma, números y filosofía. El tiempo dirá si esta fórmula es suficiente para transformar a Puebla y la forma misma de entender el servicio público en México.

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